miércoles, 20 de noviembre de 2013

Me queda la palabra

El tiempo pasa y las personas se pierden. Se pierden las personas y con ellas, muchas veces, se pierde lo que son. Pero otras veces, más de las que uno cree, lo que son se pierde antes que las personas.
Pero... ¿por qué?
Si le quitas a una persona lo que es, lo que vive, dejará de tener sentido, se perderá el ser de esa persona.
Pero puede que pierdan la libertad, y aún sabrán lo que son y por qué luchan, aún sin entender por qué viven.
Podrán perderse en el camino y la gente los recordará un tiempo, mas acabarán olvidando su nombre, su historia. Pero ellos sabrán qué buscan, sabrán que andan para encontrar algo, para encontrarse a sí mismos...
Pero... ¿qué pasa si les dan una libertad aparente y les señalan el camino tan bien que es imposible perderse?
Entonces si, se perderá la esencia de aquellos que acepten el camino, pues para vivir hace falta perderse y para ser, hay que librarse de los que quieren ser por ti.
En mi caso, escribo. Escribo en mis folios cuando la situación es bella y cuando el cielo se oscurece. Escribo para mi, sin importar lo que diga el resto.
Pues sin la palabra, ¿qué nos queda?
Podrán quitarme la libertad, pero no podrán vivir por mi, pues la palabra seguirá conmigo.
Podrán atar mis manos para evitar que escriba, pero me quedará el habla. Y tratarán de callarme.
Es el arma más poderosa, es el camino hacia la inmortalidad.
La palabra es lo que teme el poderoso, pues es lo que nos hace ser y hace abrir los ojos y los oídos a los que aún no son.
Me habrán quitado la libertad, me habrán quitado mi identidad, me habrán quitado todo...
Pero aún me queda la palabra, eso no pueden quitármelo.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Noticia: ¡Pat va ser padre! (otra vez)

El pasado 15 de noviembre Patrick Rothfuss anunció en su blog que iba a ser padre de nuevo, e incluso adjuntó una foto de la ecografía:


Por supuesto, nosotros nos alegramos mucho por Pat y todo eso, pero que vaya a tener otro hijo se traduce en que Puertas de Piedra tardará incluso más en ser acabado... Al menos, esperemos que a se le haya ablandado un poco el corazón y que la trilogía tenga un final benévolo (cruzad dedos).

Grendrich

El aire gemía entre los rincones y callejuelas de aquella fría e inhóspita ciudad. Una fina capa de lluvia mojaba los muros desconchados a los que las inclemencias del tiempo les habían robado su pintura. Los gritos de las lechuzas se perdían e las innumerables callejuelas que surcaban la ciudad como serpientes.
Ninguna llegaba a ninguna parte, pero todas apestaban al olor rancio del orín. Sin embargo pequeños detalles mostraban que hasta hacia poco la vida de la ciudad se había desarrollado en esos estrechos pasillos: suelos desgastados por los miles de pies que habían pasado por encima, trazas negruzcas en las paredes resultado de haber encendido hogueras y muchos otros detalles de los que un observador advenedizo se daría cuenta rápidamente.
El agua de la lluvia resbalaba entre las tejas de arcilla, oscurecidas por los años, cayendo rítmicamente sobre el empedrado, produciendo un ritmo lento y adormecedor.
Me detuve al llegar a un ensanchamiento de un callejón para observar a mi alrededor. La ciudad parecía abrirse a medida que pasabas tiempo en ella, como si te fuese aceptando.
Fue entonces cuando me di cuenta de que seguía habiendo gente en lo que parecía la desierta ciudad de Grendrich.

Crónicas de Arstan - Parte I

Hace mucho tiempo hubo una época distinta a todo lo que conocéis. Los bosques poblaban la tierra, las montañas se erguían por encima de las nubes intentando arañar el cielo con sus riscos afilados. Los ríos fluían caudalosos entre las peñas provenientes de los neveros y bajaban hasta las llanas planicies y praderas por donde se deslizaban hasta alcanzar la costa. Pero lo que hacia que el mundo fuera distinto no era esto, no, la causa era la magia. La magia corría por la tierra, la magia estaba en el aire. Fluía entre las raíces de arboles milenarios y llenaba cauces de agua. Recorría el mundo con el viento y se enroscaba en las hojas de las plantas.
Hubo muchas personas que intentaron utilizar esa magia. Mediante la inteligencia y la fuerza, muchos intentaron someter este poderoso elemento para utilizarlo a su antojo, pero solo unos pocos lo consiguieron. Aquellos que lograron el dominio de la magia fueron llamados Elementales.
Estas personas utilizando su destreza con la magia podían dominar los distintos elementos de la naturaleza y manejarlos a su antojo. Dominaron el fuego, dominaron el agua, la tierra e incluso algunos consiguieron dominar el cambiante viento. Pero tan solo uno consiguió descubrir el misterio del prodigio de la vida. Tan solo una persona fue capaz de crear mediante la magia otro ser vivo. Tan solo Arstan lo consiguió.
El gran Arstan, criticado por algunos por emular al dios todopoderoso. Alabado por muchos como el más poderoso Elemental que pisó la faz de la tierra. Muchos rumores corren acerca de como logró el conocimiento de la vida, pero ninguno de ellos es cierto. Pero eso es otra historia que no debe ser contada en este momento. 
Este es el momento de narrar el comienzo del final de Arstan. La historia de su muerte, asesinado por su propia creación, traicionado por lo que un día no fue mas que magia. Sus hijos.
Como todo gran Elemental Arstan era un maestro en el dominio de todos los elementos. Podía hacer fluir el agua entre sus dedos mientras la hacia adoptar mil y una formas, podía meter la mano en el fuego y jugar con el como si de un ratón pequeño se tratase, podía llamar al viento y agitarlo en huracanes, podía hacer temblar la tierra con solo una palabra. Y por supuesto podía crear vida con tan solo susurrarlo. Pero ante todo, Arstan era un viajero, viajaba a lo largo y ancho de todo el mundo ayudando allí donde se le necesitase. Era fácil reconocerle, siempre con su ajada túnica gris, un cinturón de cuero ancho atándola, y unas botas marrones llenas de remiendos. Lo que mas llamaba la atención era su larga melena plateada que se recogía con una cinta de cuero y que contrastaba claramente con sus mejillas libres de barba.
Año tras año recorría el mundo curando enfermos, reparando estropicios, capturando maleantes y aportando consejo a numerosos reyes. 
Pero un día cansado de un mundo que no cambiaba, decidió parar. Fuera donde fuera los desastres siempre eran los mismos y por mucho que pusiera su empeño en remediarlos, los desastres se repetían uno detrás de otro. El solo no podía con todo. Tras mucho pensarlo decidió establecerse en un lugar fijo: en el valle formado por las montañas de la sierra Riskenberg. Conjuró la tierra y con la roca de su seno formó torre mas alta de toda la tierra, una torre capaz de vislumbrar por encima de las cumbres de las montañas mas altas, capaz de ver en todas las regiones del vasto mundo que le rodeaba.
Y allí fundó una escuela, la escuela de el gran Arstan, la escuela de Elementales, la escuela de Nindor.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Noticia: Novelas cortas de Auri y Bast



Patrick Rothsfuss declaró en su pasada visita a España que está escribiendo dos novelas cortas protagonizadas por Auri y Bast, de unas 25000 palabras cada una. En principio no se ha dado más información, tan solo que estas novelas no van a ser precuelas de la saga Crónica del Asesino de Reyes, sino que son novelas aparte. Tampoco se sabe la fecha de publicación exacta, pero Pat ha dicho que espera que salgan al año que viene. 
¿No estáis emocionados? Yo creo que sobre estos dos personajes todavía falta mucho por contar, sobre todo de Auri, que sigue siendo todo un misterio. Así que nada, ya tenemos otras dos novelas que esperar además de Puertas de Piedra, aunque tratándose de Pat, seguro que la espera vale la pena.

Crónicas de los Durledain - Parte I

Bajo la cordillera Dargo, cientos de kilómetros bajo la superficie, en las entrañas de la tierra, se encuentra la forja de los Durledain. Decenas de generaciones de Durledain han forjado las armas con las que batallaron los señores de la guerra de la superficie. Cientos de años pasan y sus armas conservan su filo. Millones de vidas han sido arrancadas con sus filos. Ríos de sangre han teñido de rojo la superficie una y otra vez hasta perder la cuenta.
Pero para los Durledain los tambores de guerra no son más que un rumor sordo que apenas llega hasta su forja. Las únicas noticias que reciben de la superficie son encargos de armas. A los Durledain no les importa para que señor de la guerra son, no les importa la raza, no les importa el lugar, no les importa el resultado. Solo quieren su oro, oro con el que forjaran maravillas inimaginables.
Viven en silencio, bueno, el silencio que se puede encontrar en una forja. Cientos de martillos golpeando acero templado, el rugir de las forjas, el siseo de las hojas ardientes sumergidas en agua y el ruido del acero al recibir su filo componen el sonido que envuelve la vida de los Durledain.
Miles de años con un único estilo de vida, miles de años forjando armas, miles de años de tradición. Y esa tradición cambió en un día.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Voces

Abro los ojos. Miro a mi alrededor. Me encuentro en un prado cubierto de hierba, aparentemente normal. Oigo un ruido. Se acercan. Me levanto y doy una vuelta sobre mí misma. Los oigo acercarse, sigilosamente. Elijo una dirección al azar y echo a correr. Un pie delante del otro, derecha, izquierda, derecha, izquierda. Sé que debería estar avanzando pero todo sigue igual, ni una brizna de hierba diferente. Oigo sus pasos cada vez más cerca, pero aún no veo nada. Nada más que este apacible prado verde. Giro hacia la izquierda y sigo corriendo. Por mi espalda resbala un sudor frío. Me giro un momento y quedo cegada por el sol. No veo nada pero puedo oirles. Me entra el pánico y sigo corriendo.Derecha, izquierda, derecha, izquierda. En el horizonte puedo ver las ondulaciones producidas por el calor. Me estoy quedando sin fuerzas, no podré aguantar más. Sigo oyendo sus pasos detrás de mí. Sigo corriendo. Derecha, izquierda, derecha, izquierda. Si por lo menos el paisaje cambiase o algo me indicara que estoy avanzando, todo sería más facil. Izquierda, derecha, izquierda, derecha. En un momento dado, mis pies se descontrolan y caigo al suelo. Puedo oír sus risas detrás de mí. Me giro. El prado verde continúa intacto, no hay nadie. Trato de levantarme y seguir corriendo, pero no duro mucho. Pocos metros después, vuelvo a derrumbarme. No puedo oir nada aparte de sus susurros y sus risas. Risas a mi costa. Risas por mi debilidad. Risas que me enloquecen. Sigo sin ver nada diferente, ni una señal de su presencia, pero sé que deben estar cerca, puedo oirles perfectamente, como si estuvieran a mi lado, como si estuvieran detrás mía, como si estuvieran dentro de mi cabeza...

jueves, 14 de noviembre de 2013

Los relatos del cthaeh: la flor roja

Sangre, la boca me sabe a sangre. Estoy sentado en una silla de oficina en una habitación oscura y vacía, mi oscuro y vacio estudio.Martha la asistenta ha recogido, lo sé por ese espantoso olor a orden.También el amargo regusto del bourbon me recorre la garganta. Me duelen demasiado las piernas como para levantarme y los brazos me cuelgan casi inútiles a ambos lados de la silla, mi camisa está repleta de manchas rojas, no sé si es sangre o pintura, probablemente sea una mezcla de ambas cosas (debo haberme peleado).Juntando todas mis fuerzas consigo levantarme y apoyarme en la mesa, que hasta hace cinco horas estaba repleta de papeles en un perfecto desorden.No recuerdo nada, quizá sea mejor así. Me tambaleo hasta la ventana, no tengo fuerzas para abrirla, un reflejo en el cristal me hace dar la vuelta, ahora debería estar contemplando mi obra maestra, un lienzo blanco de dos metros de alto y otros dos de largo en el que se representaba una rosa seca y agrietada, pero sin embargo la flor está completamente abierta y muestra orgullosa sus pétalos rojos, un rojo tan intenso que solo la naturaleza es capaz de conseguir.Un fuerte mareo se apodera de mi cabeza y un fuerte dolor me recorre todo el cuerpo, este comienza a fallar. Primero mis brazos y luego mis piernas. Me precipito hacia el suelo y mi cabeza recibe el impacto provocando un leve ruido, sobre mi cuerpo la enorme rosa despliega sus brillantes pétalos y se burla de mí.‘’Despierte, señor ‘’. Es la voz de Martha. Ya es de día pero mis ojos se niegan a creérselo (huele a hierro); cuando estos asumen que la noche ya ha terminado se entreabren para recibir los rayos de sol pero lo primero que ven es el brillo intenso de la rosa, Martha no está. Me lo había imaginado.Me levanto sin problema aunque la cabeza me sigue doliendo y me siento a observar el nuevo cuadro, ¿cómo ha pasado? Estoy seguro de que ayer la flor estaba cabizbaja y amarillenta y no consigo entender cómo en una noche ha cambiado de esa manera, los pétalos casi saliendo del lienzo y dotados de un realismo que duele a la vista.Una gota cae sobre mi oreja derecha y me arranca de mis pensamientos. Miro hacia arriba en busca de el origen de la gota y lo que veo me hace perder el equilibrio y caer de la silla, pues una rosa idéntica a la del lienzo se abre sobre mí, en el techo. Me arrastro aterrado por el suelo hasta la otra punta de la habitación y toco mi oreja con el fin de encontrar la gota que había caído sobre mi oreja y al tocarla ésta se adhiere a mi dedo, la miro; es sangre…Me acerco al lienzo y lo huelo, delata el intenso olor a metal que desprende la sangre.Me agacho a vomitar, me falta el aire…, aun así corro al baño para evitarle a Martha el tener que recoger más restos descompuestos del suelo.Cuando llego al baño y termino de toser sobre las amarillentas baldosas levanto la cabeza y me encuentro en la bañera el cuerpo desnudo de Martha flotando sobre su propia sangre, todos mis pinceles repartidos por el suelo y otra enorme rosa roja pintada sobre los azulejos de la pared.Grito y lloro, las arcadas no me permiten pensar con tranquilidad, ¿qué diablos he hecho?Tras meditar un rato me calmo y me acerco al escritorio, abro el tercer cajón y saco un revólver envuelto en un trapo amarillo, lo desenvuelvo con cuidado y lo cargo con dos balas doradas, lo apunto sobre mi frente, el cañón esta frío, mis dedos pulsan el gatillo antes de que pueda respirar y sobre la pared de mi estudio se forma una cuarta rosa roja.

La llave


Era una llave grande y pesada, de color cobrizo, demasiado vieja para ser lustrosa y brillante pero lo suficientemente rara para llamar la atención de todos aquellos que posaran la vista en ella. La niña la cogió con sumo cuidado, como quien sujeta un objeto valioso y delicado, que era precisamente lo que era aquella llave. Era la primera vez que la niña veía un objeto como aquel. No era como las llaves planas y ligeras que se usan para abrir puertas, ni como las dentadas y diminutas llaves de los coches. Aquella llave era diferente: no solo por su color de oro viejo, que denotaba misterio; sino porque en su extremo se encontraban los dos dientes de la llave, parejos y rectos, para nada desgastados. Esa llave no se usaba con frecuencia, si es que se había usado alguna vez. En resumen, era una de esas llaves que siempre te imaginas en las historias fantásticas pero que nunca se ven de verdad. Pero había algo más: la naturaleza de la llave destilaba misterio por los cuatro costados. Sin duda, lo que habría era algo muy secreto.

-¿Qué abres?-Le preguntó la niña en un susurro rápido, como quien cuenta un secreto largo tiempo guardado.

-Tu corazón.-Contestó la llave con voz metálica. A la niña no le sorprendió, ella conocía el raro arte de escuchar.

-Eso no puede ser.-Replicó.-Yo no tengo corazón.-Y para ilustrar sus palabras, se dio unos golpecitos en el pecho, que sonó como un tambor hueco.

-Todo el mundo tiene corazón. Y yo abro el tuyo.-La llave lo afirmó muy segura como quien enuncia una verdad universal. Su tono de voz hizo dudar a la niña; los objetos solían ser más sabios que las personas, y rara vez mentían.

-Si es así, ¿dónde está entonces mi corazón?-Preguntó la niña-Porque es seguro que aquí no.-Se señaló el pecho.

-Tu corazón está guardado en una caja que sólo tú sabes donde está.

La niña no sabía de ninguna caja que pudiera guardar su corazón. De hecho, ella siempre había pensado que no tenía esa cosa que llevaba a los demás a hacer cosas estúpidas. Lo consideraba una ventaja, aunque siempre había tenido curiosidad por saber que se siente al tener sentimientos. Por primera vez en su vida, deseó tener corazón; lo deseó tan fuerte como nunca había deseado nada, lo deseó incluso aunque no tuviera corazón con el que pudiera desear. Y entonces, sintió una cajita de madera en la palma de su mano. Estaba casi segura de que nunca había visto esa caja con anterioridad, aunque le resultaba vagamente familiar. Con cuidado, se llevó la caja al oído y le pareció oír unos golpes rítmicos, como el tic tac de un reloj.

-¿Que guardas?-Preguntó.

-Secretos.-Contestó la caja con voz hueca.

-¿Qué secretos?

-Sentimientos.

-Los sentimientos no son secretos.-Contestó la niña algo molesta.

-Son secretos para ti.-Replicó la caja. La niña no pudo hacer otra cosa que darle la razón.

-¿Cómo te abres?

-Con una llave.

La niña estaba a punto de preguntar que dónde se encontraba dicha llave, pero entonces se acordó del objeto que tenía en la otra mano. Era, por supuesto, la llave que afirmaba que abría su corazón. Aunque la caja no parecía un corazón, la niña probó a abrirla. La llave encajó perfectamente en la cerradura y la caja se abrió con un chasquido. Dentro, había un nombre.

-¿Qué es esto?-Preguntó la niña, pero ni la caja ni la llave respondieron; se habían quedado mudas.

La niña observó el nombre, flotando dentro de la cajita. Un recuerdo llegó a la memoria de la niña, primero empezó como un soplo y luego se situó en los rincones más oscuros y recónditos de su cabeza. Y entonces se dio cuenta: aquel era su nombre, estaba segura. Con las manos huecas, recogió el nombre y se lo metió en la boca. Con el cuidado con que alguien sopla para apagar una vela, la niña pronunció su nombre. Este salió de sus labios y tomó forma, fundiéndose con el aire que respiraba. Poco a poco, el nombre desapareció. Es bien sabido que un nombre solo se puede pronunciar una vez si no quieres gastarlo. La niña empezó a notar algo dentro de si, primero empezó como un hormigueo en la punta de los pies y luego se convirtió en unas olas cálidas que la recorrieron de arriba a abajo. Entonces, cuando el calor se apagó, notó un retumbar dentro del pecho. “Mi corazón”, pensó la niña. De golpe, los sentimientos empezaron a llenarla. Por fin supo qué era la alegría, la dicha y la felicidad; aunque a la vez también sintió tristeza, pena y desesperación. Todo esto la desorientó tanto que sintió miedo. No le gustaban las emociones, ni los sentimientos; y ya sentía impulsos de hacer estupideces. Las lágrimas le corrían por la mejillas por primera vez, sentía la cara ardiente y tenía los ojos fuertemente cerrados. Uno de estos impulsos mezclado con ira, le llevó a querer arrancarse el corazón. Y como nunca nadie le había enseñado a controlar sus emociones, eso fue lo que hizo. Se desgarró el pecho con las uñas y se arrancó el corazón sin contemplaciones, tirándolo lejos de si. La paz la sobrevino por fin, y la niña la recibió como a un viejo amigo. Ni siquiera el dolor la hizo preocuparse. Su mano estaba manchada de sangre y una gran mancha roja se empezaba a extender por su pecho. A unos metros más allá, su corazón languidecía moribudo. La niña sabía que se estaba muriendo, pero no sintió miedo. Estaba todo lo feliz que podía estar una persona que no puede sentir felicidad. Cuando la muerte llegó, la recibió con indiferencia y se abandonó a ella sin resistirse.


FIN

domingo, 10 de noviembre de 2013

Reinar vale la ambición

Una fina voluta de humo que mana de un cenicero en un rincón del escritorio, se contonea perezosa en su lento ascenso al techo, cargando el ambiente de un ligero olor rancio que se extiende por la pequeña habitación como una neblina.
Un lápiz rasga el papel blanco con un trazo cargado de significado: Una historia ha nacido.

Es frágil: apenas un suspiro, una gota de lluvia en la ventana o el sonido de una puerta al cerrarse será suficiente para que desaparezca, como un fantasma, diluyéndose en el viento con suavidad, pero inexorablemente.
Probablemente muera antes de su madurez, puede que viva diez páginas, tal vez cien, quizá mil.
Realmente, la gran mayoría morirá antes de dar sus primeros pasos en este mundo, otras tantas nunca serán terminadas.

Es triste, frustrante, desalentador como poco.

Solía preguntarme si era necesario, si merecía la pena seguir intentándolo, el peso de cuántas muertes más podía soportar mi conciencia. Pero no parecía importar el número de ellas que asesinara cada noche, muchas más ansiaban nacer. Algunas pasaban simplemente de largo, dejando el regusto dulce de una idea. Otras, mas persistentes, se aferraban con firmeza y tenía que hacer auténticos esfuerzos para que se fueran. Pero algunas no admitían réplicas, se negaban a soltarme hasta estar en el papel. Podía intentar ignorarlas: días, semanas, meses…pero siempre acababan venciendo y yo sumaba un nuevo peso a mi conciencia.
Una noche no pude más, iba a abandonar la pluma para siempre, y a punto estuve. Entonces, y sobre todo por que sentía que no solo era decisión mía, hablé en voz alta: “¿Por qué?” dije “¿Qué sentido tiene seguir? Si no soy capaz de hacerlo, me niego a esta masacre”
Y lo oí…me pareció oírlo, o quizá solo fue mi imaginación, pero dijeron: “Una de nosotras será eterna”

Entonces lo entendí: Más vale intentarlo y fallar, aunque duela y el error sea lo mejor a lo que se puede aspirar, que renunciar a la posibilidad de conseguirlo.

Reinar vale la ambición, aunque sea en el infierno.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Simplemente, me echo de menos...

Me echo de menos, ¿sabes? Echo de menos lo que realmente soy, lo que hace tanto tiempo dejé de ser. Aquello que no tuve tiempo de conocer sobre mi mismo. Lo creas o no, aunque no lo recuerde, sé que hubo un tiempo en el que realmente sonreía porque era feliz.
Hoy mi pared, está llena de viejas caretas, máscaras desgastadas por el uso. Sé que las cosas podrían haber tomado rumbos muy distintos y, a pesar de todo, sé que no puedo cambiar mis elecciones. Escogí lo peor y no por ello me enorgullezco.
Intento hacer las cosas bien y no me salen. Intento hacerlo mal y, simplemente, no puedo.
Y siempre me acosa esa pregunta... ¿por qué? ¿Por qué soy así? Y no lo sé, no encuentro la respuesta.
Solo sé que estoy solo y que, aún así, he de seguir adelante. He perdido a tantos por el camino... Sé que tantos que dijeron de preocuparse por mi, alzaban el cuchillo tras la espalda...
Sé que por mucho que intente cambiar, no me servirá de nada, pues todo esfuerzo será vano y aún así, sigo intentándolo una y otra vez...

Simplemente, me echo de menos.