martes, 28 de enero de 2014

La Luna



Se la veía hermosa. Y no es que otras veces no lo fuese, lo que ocurría es que los días de Luna creciente ésta se dejaba ver en todo su significado. Ya sé que todos pensareis que la Luna llena en su máximo esplendor debería se lo mas bello de este círculo viciado, con la Luna en su apogeo. Nada más lejos de la verdad. El punto más importante es con la luna “a medio crecer” es decir, en ese momento en que parece que sonríe, pero no una sonrisa abierta, más bien ese tipo de sonrisas que apenas separan las comisuras de los labios, una sonrisa sincera.
Pero bueno, dejemos los preámbulos y ocupémonos del meollo de la cuestión.


No encontramos en otro lugar, mucho tiempo atrás junto a un niño que observa la Luna mientras se le enfriaba el desayuno. Y diréis << ¡Qué tontería!, todo el mundo sabe que la Luna sale por la noche y se esconde por el día>> pero os equivocaríais, no siempre fue así.

Pedro era un chico callado y bastante tímido, pero no por eso dejaba de ser interesante. Solía centrar su atención en el cielo, más concretamente en la Luna y en las estrellas, de hecho, se decía, que Pedro vivía en la nubes, y yo estoy seguro, que de haber podido, es ahí donde le veríamos en estos momentos.  En la escuela, sus maestros no paraban de llamarle la atención por mirar por la ventana, pero a él no le importaba quedarse castigado y no poder jugar con los otros niños, él se contentaba con poder mirar a la Luna una vez más.
La verdad es que su madre no sabía qué hacer con él.  No le veía muchas aspiraciones en la vida.  Así que decidió intervenir, cosa que no recomiendo a ninguna madre.  Pero en esta ocasión salió mejor de lo que se podía esperar.
Dejó a Pedro con las herramientas de su padre y le animó a que construyera algo.  Quien sabe, quizá al chico se le diera bien la mecánica.
Y entonces Pedro lo vio claro.
Lo primero que hizo fue llevarse todas las herramientas al garaje y pintar un cartel en el que pedía que no se le molestara.  Y dicho cartel fue colgado en la entrada del taller improvisado.
Y empezó a trabajar, aunque la verdad, nadie sabía que se traía entre manos, no salía ni para mirar a la Luna. Estuvo encerrado treinta y siete días con sus respectivas noches y nadie pudo entrar al garaje en ese tiempo.  En el pueblo todos se preguntaban qué increíble artefacto estaría fabricando.  Su madre le acercaba el desayuno, el almuerzo y la cena con el ánimo de poder ver algo cuando Pedro abriese la puerta para coger la comida.  Pero cuando Pedro habría la puerta la habitación estaba a oscuras y no se podía ver nada más allá del umbral del la puerta.

Así que cuando llegó la noticia de que Pedro había acabado todo el pueblo dejó sus tareas y fue congregándose en torno a la entrada del garaje.  Había una expectación, hasta el alcalde  fue a presenciar el esperado momento.  Todos guardaban silencio y miraban expectantes el edificio de madera.  De repente se escuchó un crujido, y todos los espectadores vieron  asombrados como las paredes del taller caían hacía el exterior dejando ver lo que escondían.
Un enorme cañón se alzaba ante ellos. Y en su punta se podía apreciar una pequeña cabeza que asomaba por el extremo ¡¿Qué locura pensaba hacer Pedro?!  Antes de que nadie pudiera reaccionar el cañón se disparó lanzando a Pedro por los aires.
Y hacia donde se dirigía… ¡Si, lo habéis adivinado! Iba directo a la Luna.  La gente no daba crédito a lo que veía.  Pedro volaba a toda velocidad hacia la Luna que ese día se encontraba llena.
Y con algún que otro golpe y chichón Pedro aterrizo en la superficie lunar.  Y lo que vio le dejo fascinado.  Un preciso paraje brillante se extendía hasta donde alcanzaba su vista. Y desde allí podía ver muchísimo mejor las estrellas, podía ver incluso su casa si miraba hacia abajo.  En el momento en que Pedro se daba cuenta de todo esto se sintió feliz.
Así que decidió quedarse a vivir allí.  Por la noche observaba las estrellas y por el día exploraba su nuevo hogar.  Pero se sentía muy cansado, nunca tenía tiempo para dormir, y de todas formas el reflejo lunar era tan fuerte que no le dejaba.  Pero tras varios días muerto de sueño tuvo una idea.  Lo primero que hizo fue pedir le a gritos a su madre que le mandara las herramientas de su padre por el mismo sistemas que él había llegado allí, con el cañón. A pesar de que llegaron un poco ralladas eso no fue ningún inconveniente para la tarea para la que las requería, total, su padre podía comprarse una nuevas en el pueblo.  Y empezó a trabajar en su nuevo artefacto.  Estuvo trabajando cinco días con sus cinco noches.  Cuando terminó, conectó el aparato a la Luna y apretó un botón.  La Luna se apagó.  Apretó otro botón, y la Luna se iluminó de nuevo.  ¡Había fabricado un interruptor!  En ese momento decidió que dormiría por el día para poder contemplar las estrellas por la noche.

Y desde entonces todas las mañana, Pedro antes de irse a dormir apaga la Luna.  Pero no os asustéis, porque cuando llega la noche, Pedro no se olvida casi nunca de darle a interruptor para que podamos contemplar su brillo.







Carlos Rodríguez de Tapia