jueves, 14 de noviembre de 2013

La llave


Era una llave grande y pesada, de color cobrizo, demasiado vieja para ser lustrosa y brillante pero lo suficientemente rara para llamar la atención de todos aquellos que posaran la vista en ella. La niña la cogió con sumo cuidado, como quien sujeta un objeto valioso y delicado, que era precisamente lo que era aquella llave. Era la primera vez que la niña veía un objeto como aquel. No era como las llaves planas y ligeras que se usan para abrir puertas, ni como las dentadas y diminutas llaves de los coches. Aquella llave era diferente: no solo por su color de oro viejo, que denotaba misterio; sino porque en su extremo se encontraban los dos dientes de la llave, parejos y rectos, para nada desgastados. Esa llave no se usaba con frecuencia, si es que se había usado alguna vez. En resumen, era una de esas llaves que siempre te imaginas en las historias fantásticas pero que nunca se ven de verdad. Pero había algo más: la naturaleza de la llave destilaba misterio por los cuatro costados. Sin duda, lo que habría era algo muy secreto.

-¿Qué abres?-Le preguntó la niña en un susurro rápido, como quien cuenta un secreto largo tiempo guardado.

-Tu corazón.-Contestó la llave con voz metálica. A la niña no le sorprendió, ella conocía el raro arte de escuchar.

-Eso no puede ser.-Replicó.-Yo no tengo corazón.-Y para ilustrar sus palabras, se dio unos golpecitos en el pecho, que sonó como un tambor hueco.

-Todo el mundo tiene corazón. Y yo abro el tuyo.-La llave lo afirmó muy segura como quien enuncia una verdad universal. Su tono de voz hizo dudar a la niña; los objetos solían ser más sabios que las personas, y rara vez mentían.

-Si es así, ¿dónde está entonces mi corazón?-Preguntó la niña-Porque es seguro que aquí no.-Se señaló el pecho.

-Tu corazón está guardado en una caja que sólo tú sabes donde está.

La niña no sabía de ninguna caja que pudiera guardar su corazón. De hecho, ella siempre había pensado que no tenía esa cosa que llevaba a los demás a hacer cosas estúpidas. Lo consideraba una ventaja, aunque siempre había tenido curiosidad por saber que se siente al tener sentimientos. Por primera vez en su vida, deseó tener corazón; lo deseó tan fuerte como nunca había deseado nada, lo deseó incluso aunque no tuviera corazón con el que pudiera desear. Y entonces, sintió una cajita de madera en la palma de su mano. Estaba casi segura de que nunca había visto esa caja con anterioridad, aunque le resultaba vagamente familiar. Con cuidado, se llevó la caja al oído y le pareció oír unos golpes rítmicos, como el tic tac de un reloj.

-¿Que guardas?-Preguntó.

-Secretos.-Contestó la caja con voz hueca.

-¿Qué secretos?

-Sentimientos.

-Los sentimientos no son secretos.-Contestó la niña algo molesta.

-Son secretos para ti.-Replicó la caja. La niña no pudo hacer otra cosa que darle la razón.

-¿Cómo te abres?

-Con una llave.

La niña estaba a punto de preguntar que dónde se encontraba dicha llave, pero entonces se acordó del objeto que tenía en la otra mano. Era, por supuesto, la llave que afirmaba que abría su corazón. Aunque la caja no parecía un corazón, la niña probó a abrirla. La llave encajó perfectamente en la cerradura y la caja se abrió con un chasquido. Dentro, había un nombre.

-¿Qué es esto?-Preguntó la niña, pero ni la caja ni la llave respondieron; se habían quedado mudas.

La niña observó el nombre, flotando dentro de la cajita. Un recuerdo llegó a la memoria de la niña, primero empezó como un soplo y luego se situó en los rincones más oscuros y recónditos de su cabeza. Y entonces se dio cuenta: aquel era su nombre, estaba segura. Con las manos huecas, recogió el nombre y se lo metió en la boca. Con el cuidado con que alguien sopla para apagar una vela, la niña pronunció su nombre. Este salió de sus labios y tomó forma, fundiéndose con el aire que respiraba. Poco a poco, el nombre desapareció. Es bien sabido que un nombre solo se puede pronunciar una vez si no quieres gastarlo. La niña empezó a notar algo dentro de si, primero empezó como un hormigueo en la punta de los pies y luego se convirtió en unas olas cálidas que la recorrieron de arriba a abajo. Entonces, cuando el calor se apagó, notó un retumbar dentro del pecho. “Mi corazón”, pensó la niña. De golpe, los sentimientos empezaron a llenarla. Por fin supo qué era la alegría, la dicha y la felicidad; aunque a la vez también sintió tristeza, pena y desesperación. Todo esto la desorientó tanto que sintió miedo. No le gustaban las emociones, ni los sentimientos; y ya sentía impulsos de hacer estupideces. Las lágrimas le corrían por la mejillas por primera vez, sentía la cara ardiente y tenía los ojos fuertemente cerrados. Uno de estos impulsos mezclado con ira, le llevó a querer arrancarse el corazón. Y como nunca nadie le había enseñado a controlar sus emociones, eso fue lo que hizo. Se desgarró el pecho con las uñas y se arrancó el corazón sin contemplaciones, tirándolo lejos de si. La paz la sobrevino por fin, y la niña la recibió como a un viejo amigo. Ni siquiera el dolor la hizo preocuparse. Su mano estaba manchada de sangre y una gran mancha roja se empezaba a extender por su pecho. A unos metros más allá, su corazón languidecía moribudo. La niña sabía que se estaba muriendo, pero no sintió miedo. Estaba todo lo feliz que podía estar una persona que no puede sentir felicidad. Cuando la muerte llegó, la recibió con indiferencia y se abandonó a ella sin resistirse.


FIN

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