Era una llave grande y pesada, de color cobrizo, demasiado vieja para ser lustrosa y brillante pero lo suficientemente rara para llamar la atención de todos aquellos que posaran la vista en ella. La niña la cogió con sumo cuidado, como quien sujeta un objeto valioso y delicado, que era precisamente lo que era aquella llave. Era la primera vez que la niña veía un objeto como aquel. No era como las llaves planas y ligeras que se usan para abrir puertas, ni como las dentadas y diminutas llaves de los coches. Aquella llave era diferente: no solo por su color de oro viejo, que denotaba misterio; sino porque en su extremo se encontraban los dos dientes de la llave, parejos y rectos, para nada desgastados. Esa llave no se usaba con frecuencia, si es que se había usado alguna vez. En resumen, era una de esas llaves que siempre te imaginas en las historias fantásticas pero que nunca se ven de verdad. Pero había algo más: la naturaleza de la llave destilaba misterio por los cuatro costados. Sin duda, lo que habría era algo muy secreto.
-¿Qué abres?-Le preguntó la niña en
un susurro rápido, como quien cuenta un secreto largo tiempo
guardado.
-Tu corazón.-Contestó la llave con
voz metálica. A la niña no le sorprendió, ella conocía el raro
arte de escuchar.
-Eso no puede ser.-Replicó.-Yo no
tengo corazón.-Y para ilustrar sus palabras, se dio unos golpecitos
en el pecho, que sonó como un tambor hueco.
-Todo el mundo tiene corazón. Y yo
abro el tuyo.-La llave lo afirmó muy segura como quien enuncia una
verdad universal. Su tono de voz hizo dudar a la niña; los objetos
solían ser más sabios que las personas, y rara vez mentían.
-Si es así, ¿dónde está entonces mi
corazón?-Preguntó la niña-Porque es seguro que aquí no.-Se señaló
el pecho.
-Tu corazón está guardado en una caja
que sólo tú sabes donde está.
La niña no sabía de ninguna caja que
pudiera guardar su corazón. De hecho, ella siempre había pensado
que no tenía esa cosa que llevaba a los demás a hacer cosas
estúpidas. Lo consideraba una ventaja, aunque siempre había tenido
curiosidad por saber que se siente al tener sentimientos. Por primera
vez en su vida, deseó tener corazón; lo deseó tan fuerte como
nunca había deseado nada, lo deseó incluso aunque no tuviera
corazón con el que pudiera desear. Y entonces, sintió una cajita de
madera en la palma de su mano. Estaba casi segura de que nunca había
visto esa caja con anterioridad, aunque le resultaba vagamente
familiar. Con cuidado, se llevó la caja al oído y le pareció oír
unos golpes rítmicos, como el tic tac de un reloj.
-¿Que guardas?-Preguntó.
-Secretos.-Contestó la caja con voz
hueca.
-¿Qué secretos?
-Sentimientos.
-Los sentimientos no son
secretos.-Contestó la niña algo molesta.
-Son secretos para ti.-Replicó la
caja. La niña no pudo hacer otra cosa que darle la razón.
-¿Cómo te abres?
-Con una llave.
La niña estaba a punto de preguntar
que dónde se encontraba dicha llave, pero entonces se acordó del
objeto que tenía en la otra mano. Era, por supuesto, la llave que
afirmaba que abría su corazón. Aunque la caja no parecía un
corazón, la niña probó a abrirla. La llave encajó perfectamente
en la cerradura y la caja se abrió con un chasquido. Dentro, había
un nombre.
-¿Qué es esto?-Preguntó la niña,
pero ni la caja ni la llave respondieron; se habían quedado mudas.
La niña observó el nombre, flotando
dentro de la cajita. Un recuerdo llegó a la memoria de la niña,
primero empezó como un soplo y luego se situó en los rincones más
oscuros y recónditos de su cabeza. Y entonces se dio cuenta: aquel
era su nombre, estaba segura. Con las manos huecas, recogió el
nombre y se lo metió en la boca. Con el cuidado con que alguien
sopla para apagar una vela, la niña pronunció su nombre. Este salió
de sus labios y tomó forma, fundiéndose con el aire que respiraba.
Poco a poco, el nombre desapareció. Es bien sabido que un nombre
solo se puede pronunciar una vez si no quieres gastarlo. La niña
empezó a notar algo dentro de si, primero empezó como un hormigueo
en la punta de los pies y luego se convirtió en unas olas cálidas
que la recorrieron de arriba a abajo. Entonces, cuando el calor se
apagó, notó un retumbar dentro del pecho. “Mi corazón”, pensó
la niña. De golpe, los sentimientos empezaron a llenarla. Por fin
supo qué era la alegría, la dicha y la felicidad; aunque a la vez
también sintió tristeza, pena y desesperación. Todo esto la
desorientó tanto que sintió miedo. No le gustaban las emociones, ni
los sentimientos; y ya sentía impulsos de hacer estupideces. Las
lágrimas le corrían por la mejillas por primera vez, sentía la
cara ardiente y tenía los ojos fuertemente cerrados. Uno de estos
impulsos mezclado con ira, le llevó a querer arrancarse el corazón.
Y como nunca nadie le había enseñado a controlar sus emociones, eso
fue lo que hizo. Se desgarró el pecho con las uñas y se arrancó el
corazón sin contemplaciones, tirándolo lejos de si. La paz la
sobrevino por fin, y la niña la recibió como a un viejo amigo. Ni
siquiera el dolor la hizo preocuparse. Su mano estaba manchada de
sangre y una gran mancha roja se empezaba a extender por su pecho. A
unos metros más allá, su corazón languidecía moribudo. La niña
sabía que se estaba muriendo, pero no sintió miedo. Estaba todo lo
feliz que podía estar una persona que no puede sentir felicidad.
Cuando la muerte llegó, la recibió con indiferencia y se abandonó
a ella sin resistirse.
FIN
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