domingo, 17 de noviembre de 2013

Crónicas de los Durledain - Parte I

Bajo la cordillera Dargo, cientos de kilómetros bajo la superficie, en las entrañas de la tierra, se encuentra la forja de los Durledain. Decenas de generaciones de Durledain han forjado las armas con las que batallaron los señores de la guerra de la superficie. Cientos de años pasan y sus armas conservan su filo. Millones de vidas han sido arrancadas con sus filos. Ríos de sangre han teñido de rojo la superficie una y otra vez hasta perder la cuenta.
Pero para los Durledain los tambores de guerra no son más que un rumor sordo que apenas llega hasta su forja. Las únicas noticias que reciben de la superficie son encargos de armas. A los Durledain no les importa para que señor de la guerra son, no les importa la raza, no les importa el lugar, no les importa el resultado. Solo quieren su oro, oro con el que forjaran maravillas inimaginables.
Viven en silencio, bueno, el silencio que se puede encontrar en una forja. Cientos de martillos golpeando acero templado, el rugir de las forjas, el siseo de las hojas ardientes sumergidas en agua y el ruido del acero al recibir su filo componen el sonido que envuelve la vida de los Durledain.
Miles de años con un único estilo de vida, miles de años forjando armas, miles de años de tradición. Y esa tradición cambió en un día.

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