
Se la veía hermosa. Y no es que otras veces no lo fuese, lo que ocurría es que los días de Luna creciente ésta se dejaba ver en todo su significado. Ya sé que todos pensareis que la Luna llena en su máximo esplendor debería se lo mas bello de este círculo viciado, con la Luna en su apogeo. Nada más lejos de la verdad. El punto más importante es con la luna “a medio crecer” es decir, en ese momento en que parece que sonríe, pero no una sonrisa abierta, más bien ese tipo de sonrisas que apenas separan las comisuras de los labios, una sonrisa sincera.
Pero bueno, dejemos los preámbulos y ocupémonos del meollo
de la cuestión.
No encontramos en otro lugar, mucho tiempo atrás junto a un
niño que observa la Luna mientras se le enfriaba el desayuno. Y diréis <<
¡Qué tontería!, todo el mundo sabe que la Luna sale por la noche y se esconde
por el día>> pero os equivocaríais, no siempre fue así.
Pedro era un chico callado y bastante tímido, pero no por
eso dejaba de ser interesante. Solía centrar su atención en el cielo, más concretamente
en la Luna y en las estrellas, de hecho, se decía, que Pedro vivía en la nubes,
y yo estoy seguro, que de haber podido, es ahí donde le veríamos en estos
momentos. En la escuela, sus maestros no
paraban de llamarle la atención por mirar por la ventana, pero a él no le
importaba quedarse castigado y no poder jugar con los otros niños, él se contentaba
con poder mirar a la Luna una vez más.
La verdad es que su madre no sabía qué hacer con él. No le veía muchas aspiraciones en la
vida. Así que decidió intervenir, cosa
que no recomiendo a ninguna madre. Pero en esta ocasión salió mejor de lo
que se podía esperar.
Dejó a Pedro con las herramientas de su padre y le animó a
que construyera algo. Quien sabe, quizá al
chico se le diera bien la mecánica.
Y entonces Pedro lo vio claro.
Lo primero que hizo fue llevarse todas las herramientas al
garaje y pintar un cartel en el que pedía que no se le molestara. Y dicho cartel fue colgado en la entrada del taller improvisado.
Y empezó a trabajar, aunque la verdad, nadie sabía que se traía
entre manos, no salía ni para mirar a la Luna. Estuvo encerrado treinta y siete días con sus
respectivas noches y nadie pudo entrar al garaje en ese tiempo. En el pueblo todos se preguntaban qué increíble
artefacto estaría fabricando. Su madre
le acercaba el desayuno, el almuerzo y la cena con el ánimo de poder ver algo
cuando Pedro abriese la puerta para coger la comida. Pero cuando Pedro habría la puerta la habitación estaba a
oscuras y no se podía ver nada más allá del umbral del la puerta.
Así que cuando llegó la noticia de que Pedro había acabado
todo el pueblo dejó sus tareas y fue congregándose en torno a la entrada del
garaje. Había una expectación, hasta el
alcalde fue a presenciar el esperado
momento. Todos guardaban silencio y
miraban expectantes el edificio de madera.
De repente se escuchó un crujido, y todos los espectadores vieron asombrados como las paredes del taller caían
hacía el exterior dejando ver lo que escondían.
Un enorme cañón se alzaba ante ellos. Y en su punta se podía
apreciar una pequeña cabeza que asomaba por el extremo ¡¿Qué locura pensaba
hacer Pedro?! Antes de que nadie pudiera
reaccionar el cañón se disparó lanzando a Pedro por los aires.
Y hacia donde se dirigía… ¡Si, lo habéis adivinado! Iba directo a la Luna. La gente no daba crédito a lo que veía. Pedro volaba a toda velocidad hacia la Luna que ese día se encontraba llena.
Y hacia donde se dirigía… ¡Si, lo habéis adivinado! Iba directo a la Luna. La gente no daba crédito a lo que veía. Pedro volaba a toda velocidad hacia la Luna que ese día se encontraba llena.
Y con algún que otro golpe y chichón Pedro aterrizo en la
superficie lunar. Y lo que vio le dejo
fascinado. Un preciso paraje brillante
se extendía hasta donde alcanzaba su vista. Y desde allí podía ver muchísimo mejor
las estrellas, podía ver incluso su casa si miraba hacia abajo. En el momento en que Pedro se daba cuenta de
todo esto se sintió feliz.
Así que decidió quedarse a vivir allí. Por la noche observaba las estrellas y por el día
exploraba su nuevo hogar. Pero se sentía
muy cansado, nunca tenía tiempo para dormir, y de todas formas el reflejo lunar
era tan fuerte que no le dejaba. Pero
tras varios días muerto de sueño tuvo una idea.
Lo primero que hizo fue pedir le a gritos a su madre que le mandara las
herramientas de su padre por el mismo sistemas que él había llegado allí, con
el cañón. A pesar de que llegaron un poco ralladas eso no fue ningún inconveniente
para la tarea para la que las requería, total, su padre podía comprarse una
nuevas en el pueblo. Y empezó a trabajar
en su nuevo artefacto. Estuvo trabajando cinco
días con sus cinco noches. Cuando terminó,
conectó el aparato a la Luna y apretó un botón.
La Luna se apagó. Apretó otro botón, y la Luna se iluminó de nuevo. ¡Había
fabricado un interruptor! En ese momento
decidió que dormiría por el día para poder contemplar las estrellas por la
noche.

Carlos Rodríguez de Tapia
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