La lluvia empapa los cristales al igual que las lágrimas mis
ojos. La soledad se cierne sobre mi cual sudario sobre el muerto. En realidad
he muerto, mi corazón ya no late desde que tú te fuiste y solo dejaste tu
ausencia, esa ausencia que me deja sin aire, sin aliento. Aún por las noches
siento el tacto de tus labios sobre los míos, tu respiración sobre mis
mejillas, pero se desvanece, se desvanece como las esperanzas de tenerte. Me
duele tanto que no estés aquí que a veces pienso que algo dentro de mí se
desgarra, y me aprieto fuerte el estómago por miedo a que se rompa del todo. Hay
veces que al cruzarte por mi mente, al formarse tu imagen en mi pensamiento,
siento un golpe seco en mi pecho que parece que mi corazón se detuviera por un
momento. Ojalá fuera así, ojalá de verdad muriera, no tendría que aguantar este
amargo sentimiento ni ese vacío en las entrañas. No más soledad, mi cuerpo
abandonado de toda vida acabaría enterrado en un hoyo frío sin más lágrimas,
sin más pesar. Nadie de mí en cierto tiempo se acordaría, ni siquiera tú que
tanto en un beso me llegaste a dar, ni siquiera los cuervos a mi tumba se
vendrán a posar.
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